Uno de los principales problemas a la hora de iniciar la tarea de
reparación en un país como Colombia, es enfrentar al tiempo nuestras
necesidades de satisfacer las parvedades
de nuestros pobres históricos. Entonces sucumbimos en la idea de que con
el hecho de reconstruir la institucionalidad como estado social de derecho,
implícitamente reivindicamos los derechos de nuestras victimas.
Cuando se compara la experiencia internacional, las reparaciones
tienen un elemento restitutivo, lo que quiere decir, llevas las cosas al estado
anterior a las que generaron la guerra, sin embargo, en un país como Colombia,
este enfoque resulta limitado, en tanto, la situación anterior no satisface las
demandas de nuestra población, que tiene actores: victimas, victimarios en
dejación de armas, pobres históricos y crecientes necesidades que exigen un
esfuerzo colectivo en materia de superación de la precariedad material de gran
parte de nuestra sociedad.
Dicho de otra manera, de nada sirve restituir tierras a los
campesinos sino proponemos una perspectiva de producción que le permita
devengar del trabajo de su tierra un sustento digno que le permita a el y su
familia transformar positivamente sus vidas con miras a superar la pobreza,
exclusión y marginalidad en las que se han
encontrado. No basta entonces con volver a su minifundio, hay que promover que
sus hijos asistan a las escuelas, que tengan acceso a la salud, al crédito
rural que le permita sacar provecho de su actividad campesina, que tenga acceso
a los bienes básicos, que pueda comercializar sus productos en condiciones
competitivas, que sus derechos de propiedad estén garantizados. Todo esto es
una justicia correctiva y distributiva.
El gran problema de la justicia correctiva será entonces que
implica una variación de “las relaciones de poder”, lo que me conlleva
mentalmente a una expresión que hemos satanizado en nuestra sociedad por ser un
punto central en un nefasto pacto entre criminales atroces y miembros de la
sociedad civil, política y el empresariado: “refundar el estado” en una
sociedad mas igualitaria.
Como el asunto resulta muy ambicioso, es claro que debemos
entonces buscar la articulación de las políticas sociales progresivas con
enfoques diferenciales a las víctimas, la atención humanitaria mientras se
mantenga el conflicto y la restitución, la indemnización, la rehabilitación, la
satisfacción y las garantías de no repetición como una forma de saldar la deuda
social, basada en el principio de solidaridad.
La corte constitucional en la sentencia C-1199 de 2008, dijo “no puede confundirse la prestación de los servicios sociales que el
Estado debe brindar de manera permanente a todos los ciudadanos sin atender a
su condición y la atención humanitaria (…) con la reparación debida a las
víctimas de tales delitos” pero ello
no quiere decir que no deban ser articuladas, no para considerar que la
atención humanitaria es una forma de reparación, sino para entenderlas como un
deber estatal.
Mis estudiantes han escuchado muchas veces una experiencia
personal en la que acudiendo a una cita auto promovida a un tribunal de
justicia, vi perplejo e impotente como el actor armado concurría al tribunal
vestido con no menos de 5 millones de pesos, escoltado, en un vehículo optimo;
y la victima, con un trajecito que demostraba su precariedad material, de esos
trajes blanco traslucidos producto de ser llevados a la batea una y otra vez,
con sandalias que demostraban su uso y abuso, su piel cuarteada por el sol, su
mirada inundada de dolor. En un momento de esta audiencia, Doña Hetulia avanzó
hacia su victimario, y se arrodilló ante él a pedir la verdad, que le dijera
donde estaba enterrado el cuerpo de su hijo. No pude evitar las lagrimas, esa
sensación impotencia, en un tribunal de justicia, el victimario debía estar pidiendo
perdón, debería comprometerse a la no repetición… en cambio, las relaciones de
poder no habían cambiado, ni por estar ante la majestuosidad de la justicia.
Ante la suplica de doña Hetulia, su victimario, -desconozco si conmovido como
estaba yo-, respondió: No se!
Supongo que doña Hetulia volvió a su parcela, tras muchas horas de
viaje en un bus destartalado, trasegando un camino transitable e intransitable
por tramos, se convirtió en un nombre mas en la larga lista de victimas,
en una tarea mas para el estado. Su
demanda no era la reparación en términos como los que planteo, solo quería
conocer la verdad, y esa mañana salió de la audiencia, luego de achicar mi
corazón, con sus tristeza intacta, con su dolor presente, con su mirada al
suelo, sus lagrimas brotando, y encontrando la banalidad del mal en cada acto.
Para su victimario, su hijo solo fue uno mas, para ella, su hijo desaparecido y
muerto, la diferencia entre perdonar y reiniciar.
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